viernes, 28 de mayo de 2010



Dos hermanas.
Tres que casi son.
Dos que se hacen pasar.
Y otros dos que van a ser.
La suma me sale cuatro perlas, pero nunca se me han dado bien las matemáticas.

"Vámonos, me dijo... tengo que hablarte de unas perlas ensangrentadas"

viernes, 21 de mayo de 2010

Batu Caves en Kuala Lumpur y el macaco que me robó una coca-cola.
Maldita sociedad consumista

martes, 18 de mayo de 2010


Mi amiga María ha sido y es una compañera de la vida. Hemos compartido casa, cogorzas con resacas, bicicletas, bibliotecas, trabajos y viajes. Incluso una vez se rompió un hueso por compasión conmigo. María tiene dos teorías sobre 'ir mona', y ella es una de esas tías que cada vez que ves te sale un 'qué mona va esta chica siempre'. Una de sus teorías ahora mismo no importa. La otra tiene que ver con ir bien vesitda en el metro.

Te parecerá una tontería, y yo me reí la primera vez que me la contó. Pero piénsalo, cuando viajas cada ciudad tiene su aquel. Sus edificios, sus calles, sus parques y sus museos. Esas cosas de turisteo que en realidad no hace falta ver para conocer. ¿Quién no reconocería ciudades como París, Londres, Nueva York o Sydney? Facilísimo. Eso sí, en cada una de ellas existe una esencia que es más complicada de encontrar. El turista común ni se da cuenta, llega a Ámsterdam, se mete en un coffee y si eso va al Van Gogh. Tampoco viene en las guías de viaje, ni si quiera en las Lonely Planet. Pues bien, según María una parte de la esencia de la ciudad se recoge en el metro, tranvía, tren o monorrail. Es lo que toda ciudad tiene en común y donde el común de los mortales se reúne por un rato. Aquí te fijas en la gente, en sus caras, en sus estilos y si la mente vuela un poco, te imaginas hasta cómo es su vida.

Cuando estuve en Melbourne pasé mucho tiempo viajando en tren. Casi siempre iba sola, con emoción al principio y algo de aburrimiento al final. Después de todo y visto con una perspectiva de meses, esos ratos de soledad fueron geniales. Saqué varias conclusiones de la población australiana, y una de ellas no me gustaba nada. Todo el mundo se dedicaba a jugar con su Blackberry o iPhone mientras viajaba. Nadie miraba por la ventana y pocos leían.

La foto en Flinders St. me hace gracia, porque el señor que aparece en ella al principio me molestaba. Luego J me dijo que quedaba genial. Y ahora creo que me sirve como ejemplo a lo que acabo de explicar.