Líneas curvas, puertos de montaña, autopistas y caminos en ciudad que podemos conducir con los ojos cerrados. Algunos vuelcos en el corazón al pasar por encima de algún bache, duras cuestas arriba, para dejarse llevar en una cuesta abajo interminable con una sonrisa y el viento en la cara. Coger velocidad, ser multados por equivocarnos, ir de la mano con al menos una persona. Cruzarnos con coches de todos los colores y las clases. Cantar mientras conducimos. Chocarnos varias veces y enviar algunos partes al seguro. Recibir algún que otro aviso en el buzón de casa, para así, recapacitar, crecer aprendiendo del error, aprender de uno mismo y dar pasos cada vez más grandes.
Imaginemos un fin, o más bien más de uno. Porque con esta sucesión de acontecimientos es imposible dilucidar cual será el real. A pesar de intentar conducir por una carretera en línea recta, es imposible ver el final. No hay cámara ni ojo humano que sean capaces de captar eso.