lunes, 29 de agosto de 2011

Cuantísimo que hacer, que ver, que aprender. Cuantísima ignorancia. Solo definiría como inteligentes a unos pocos cuatro ojos. Son poquísimos, yo no los conozco, y siempre llevan gafas, que me lo han contado. Son gafas diferentes, algo así como mi madre, que usa unas para cerca y otras para lejos. Lo que pasa que ellos tienen más de dos pares. Las usan según la ocasión, claro, como todo, y son las gafas de la comprensión.

Cuando van por la ciudad se ponen unas, siempre las mismas. Normalmente tienen las más bonitas guardadas, que solo usan cuando viajan lejos de aquí. Y no lejos geográficamente. Lejos ideológicamente. Así, si pasan de Occidente a Oriente en un par de horas, cuando llegan allí comprenden a la perfección todo lo que está pasando, se integran, comen de todo, entienden; aunque no compartan, comprenden, y respetan; también cuando cambian de barrio, o el asfalto por la tierra, o la calefacción por la chimenea; porque hace ya tiempo que cada vez que se cambian de gafas para ver con los ojos del que siente, y no del que mira, han comprendido que no todo tiene porqué ser enfrentamiento, ni dicotomía, ni competición. Que cada uno tiene lo suyo, es decir, un montón.

Y todo aquel que dice poseer la verdad absoluta no lleva gafas, ni lentillas. Ni si quiera ha llegado a ver mal nunca, por eso cree que no las necesita.

domingo, 14 de agosto de 2011