jueves, 3 de junio de 2010

Pies

Julia vive una vida dentro de lo normal. Tiene veintitodos, un buen puesto en el departamento de marketing de una conocida multinacional y una animada vida social. Además, vive en un piso de ahora soltera en el centro de Madrid, y digo de ahora soltera porque hubo un tiempo en el que no lo fue. Julia compartía piso, cama, duchas y sofá con Julio. Menuda pareja maravilla de la semántica, decían algunos. Pero Julio se fue, o se fue ella.

El caso es que Julia tiene una manía: observa mucho los pequeños detalles. Cuando hablamos de personas y rasgos físicos Julia pasa de los ojos, la sonrisa o el pelo, Julia se fija en los pies. Obviamente no ha visto nunca los pies de, por ejemplo, su jefe, pero ya los tiene pensados en su cabeza, y así con un montón de personas.

Había una cosa de Julio que Julia no soportaba al principio, y es que los dedos gordos de sus pies eran demasiado grandes y torcidos, muy feos vamos. Además tenía la costumbre de llegar a casa de ella y descalzarse tranquilamente. Pero claro, llegó un momento en el que Julia y Julio se reían de todo eso, y a ella le parecían lo más particular de él, lo que le daba personalidad. Ese fue el momento en el que Julio trasladó al piso de Julia algo más que el cepillo de dientes.

Ahora Julia ve a otros hombres. Ellos también visitan su piso y comparten su cama. Pero ninguno de ellos se quita los zapatos al entrar, y tampoco tienen con qué lavarse los dientes. Además, no tardan demasiado en salir, y Julia no tiene interés en ir más allá.

Julia también ve a un psicólogo. Es una enferma más de la vida moderna. Le cuenta cosas y él intenta archivarla dentro de un catálogo de comportamientos de moda. No sabe si se siente mejor, ni siquiera saca nada en claro. Aunque hay algo que no le permite dejar de ir a hablar con él, y es que Julia sabe que su psicólogo tiene los pies más bonitos del mundo.

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